El gato que nunca olvidó Lovecraft.
Considerada en forma general, la oscuridad,
representa la ausencia de luz. La imposibilidad de visualizar correctamente el
mundo que nos circunda en un determinado momento. Desde otro lugar, el término
oscuridad, puede asociarse a lo negativo y a lo maligno. También “lo oscuro”
puede ser aquello que no se discierne con claridad o lo que encierra cierto
tipo de secretos.
H.P.
Lovecraft entendió gran parte de su literatura bajo esa idea de “lo
oscuro”. Ya en los comienzos de su obra narrativa, en Los gatos de Ulthar (1920),
el escritor, se refiere a estos felinos domésticos como crípticos y más
antiguos que la esfinge egipcia y ese solo hecho ya los sitúa en una antigüedad
cargada de misterios. Descubre en ellos lados poco comprensibles a simple
vista. En Los gatos de Ulthar, los felinos del pueblo, se vengan de dos crueles
habitantes del lugar (el viejo y su mujer) comiéndoselos hasta los huesos.
Haciendo justicia “por su propia boca” por decirlo así.
En Un
día, un gato (Checoslovaquia.1963), filme de Vojtěch
Jasný, el felino que viene con un grupo de circenses al pueblo, usa anteojos.
Cada vez que se los quitan, con su mirada, convierte al público en personas de
distintos colores, dejando en evidencia a los hipócritas, los ladrones, los mentirosos, los infieles
y los enamorados. Solo deja visibles los defectos humanos y las virtudes sin pretender
convertirse en juez ni ejecutor de penas como los gatos del pueblo de Ulthar.
Los felinos lovecraftianos manifiestan una negrura que impide al lector
establecer una afinidad con ellos y genera con seguridad un distanciamiento.
Contrariamente Lovecraft poseía grandes afinidades con los felinos. De niño
tenía de mascota a Nigger-man, un curioso gato negro que lo acompañó hasta los
14 años y que desapareció tras la mudanza de su familia a otra casa. Nunca
olvidó al negro Nigger-man tras esa situación y el hecho fue considerado por el
escritor como uno de los grandes fracasos de su vida.
El naufragio de los sentidos.
Lovecraft conocía el poder inquietante que
puede traer el sonido en forma a veces de un susurro y por supuesto también
todo lo que puede involucrar una densa oscuridad, siendo al respecto su mejor
exponente su novela corta El que
susurraba en la oscuridad (1930). Como notable autor de novelas cargadas de
misterio es que decide colocar a Wilmarth (su protagonista) en el epicentro de
un enigma. Wilmarth, ha tenido noticias
de extraños hallazgos en Vermont, y a raíz de ellas es que publica una carta
sobre el tema en el Brattleboro Reformer de Massachusetts. La correspondencia
enviada por el señor Akeley, residente en el lugar de tales hallazgos, en
respuesta a esa carta, precisa con pulso de cirujano el nudo del relato. Akeley
envía posteriormente fotos de enigmáticas huellas y unas grabaciones en
cilindros de gramófono de no menos extrañas voces
Las sucesivas cartas van dando la idea, de que
Akeley no es simplemente un lugareño de esa región de grandes montañas; sino un
meticuloso investigador que ha descubierto la presencia de seres que se
presumen no son terrestres. Solo falta la visita a Akeley en su propio Vermont inicio del relato que precipita ese final
donde el relator elegido por Lovecraft escucha desde la oscuridad de un
dormitorio los susurros de una MAQUINA PARLANTE dialogando con lo que denomina el
PRIMER ZUMBIDO y el SEGUNDO
ZUMBIDO. Casi como indicándonos
que la presencia de esa profunda oscuridad ha velado la verdadera identidad de
quienes susurran, colocando lo narrado, en un universo de mil dudas.
Muchas veces Lovecraft ha empleado ese recurso
de la duda. Se manifiesta claramente y a modo de ejemplo en Los sueños en la casa de la bruja (1932) desde
las primeras palabras: “Walter Gilman no
sabía si fueron los sueños los que provocaron la fiebre o fue la misma fiebre la
que provocó los sueños…”. Como poniendo en duda, desde el inicio de su
relato, la veracidad de lo que se está narrando. Pero El que susurraba en la oscuridad tiene un recurso más en lo que
hace a cuestiones del receptor. Involucra al lector en un mundo de percepciones
minimizadas que lo conducen por momentos a un verdadero naufragio de los
sentidos. Acentuando la imposibilidad de separar lo verdadero de lo falso, dado
el universo de tinieblas y susurros que construye el escritor.
Soledades, oscuridades
y fracasos.
Tony Richardson al igual que Lovecraft conocía
de ese poder marcadamente significativo que puede tener la oscuridad y el
sonido contenido a la hora de determinar un relato. El caso más notable al
respecto, en su extensa producción como director de cine, se registra en Risa en la oscuridad (1969). Un filme
que, en primera instancia, poco parece tener que ver con realizaciones
anteriores de Richardson como La soledad
de un corredor de fondo (1962). En un primer momento se descubre que Risa en la oscuridad ostenta la negrura
argumental de esos thrillers que progresivamente con el avance del relato
adquieren mayor intensidad. Una intensidad que se potencia con esa especie de stand by de ciertas secuencias
avanzadas.
La oscuridad en sí, curiosamente se hace
patente desde el relato, en la figura de su protagonista Albinus, un crítico de
arte que por un accidente con su automóvil termina perdiendo la vista.
Enclaustrado en una mansión aislada, Albinus, se convierte, eso sí desde otra
situación, en un verdadero naufragó de la mirada como Wilmarth en la parte
final del relato lovecraftiano. Esa imposibilidad de ver obnubila su cerebro y
le impide tomar conciencia plena de que su pareja, la joven Margot, le es infiel.
Y que Alex Rex, su amante, vive secretamente en la misma residencia amparado en
un mutismo y en esbozos de risas que levemente transgreden el ámbito del
silencio para evitar ser descubierto. La
oscuridad inunda doblemente el filme: expresada tanto en el mundo de sombras
que rodea a Albinus como en la cínica tiniebla moral de ambos jóvenes y el
violento final. Richardson nos deja ver en este filme hacia el desenlace una
oscuridad distinta a la que rodeaba esa noche con voces susurrantes al relator
de Lovecraft. Es una oscuridad interior que elude en cierta medida lo
perceptual para instalarse en la negrura de la conducta humana.
Pero, de todos modos, el rango de esas
diferencias entre escritor y cineasta parecen en cierto modo achicarse bajo
cierta perspectiva de análisis. Dijo en una ocasión Tony Richardson que “El
fracaso no es fatal, la victoria no es el éxito”. La frase nos acerca a relacionar en
Richardson ahora sí esa idea que ronda el fracaso en La soledad de un corredor de fondo con el final de Albinus cuando descubre infidelidad y burla
a su alrededor. El triunfo o el fracaso parecen no solo estar en las piernas
del corredor, que en el último tramo decide no ganar la carrera, sino en ese
pensamiento en forma de flash back que repleta su cabeza y lo ensombrece. Tampoco
el triunfo o el fracaso esta ceñido exclusivamente en el intento final de
venganza de Albinus, su pensamiento se oscurece aún más que su vista, lo
desborda emocionalmente y delimita desde ese cono de sombra su propio fracaso.
Por el lado del
escritor, el tono final de relato que ostenta Wilmarth refiriéndose a los extraños objetos
hallados en casa de Akeley, ronda más el deseo que el logro: “Espero – espero fervientemente- que hayan
sido modelados en cera por algún
extraordinario artista, a pesar de lo que me dicen mis más secretos temores…”,
la negrura de los hechos lo confunden.
Entendemos entonces, que la idea de la oscuridad, tanto en Lovecraft como en Richardson,
perfila lo no resuelto, lo cargado de recelos y lo distanciado de la apreciada
claridad del éxito. Es allí y en ese instante cuando oscuridad y fracaso,
cuando ambas ideas, parecen adquirir una contigüidad tal vez no prevista antes.
Es cuando llegamos a entender al fracaso como una oscuridad.
IMÁGENES:
. EL QUE
SUSURRA EN LA OSCURIDAD. / AMAZON.COM
LA SOLEDAD DE UN CORREDOR DE FONDO./SENSACINE.COM
EL FRACASO COMO UNA OSCURIDAD. PUBLICADO JORGE JOFRE. 2020.