Por Jorge Jofre.
Catalogado por muchos como un director
de resultados cinematográficos dispares, Alejandro Agresti, logra con “El amor es una mujer gorda “(1987), uno
de los filmes más notables de los ochenta. En él, mediante la figura de José,
despliega las problemáticas, ya dentro de una democracia alfonsinista, de
aquellos que han sufrido daños durante la dictadura.
Lo sabía escuchar.
“..La política de esta sección la mando
yo” le indica el jefe del diario en que escribe una columna. La
dura ideología de José (Elio Marchi) lo ha llevado a negarse a cubrir una nota
sobre el rodaje de un filme estadounidense que habla de la pobreza en
Argentina.
La
negativa será el disparador que llevará al protagonista a otra historia; a
descubrir en plenitud la profunda crisis de su vida aún ahora después de 1983 y
en democracia. A decirle a otra persona que “...con
Claudia estuvo en la época de los milicos” como si ello fuera un período designado por
los historiadores con nombre propio y no en cambio por el dolor de las
experiencias vividas.
José
se plantea, aunque aún confuso, lo sucedido durante un trayecto de nuestra historia;
el director parece hacer caso omiso de ese tiempo y es por ello que ante la
negativa de su empleado a cubrir la nota, finalmente lo despide.
¿Querés mate? …le dice en la pensión a su amigo
Caferata (Sergio Poves Campos), que está en camiseta y con el bandoneón sobre
sus piernas mirando la TV. Caferata casi enloquece con la situación de una
conquista amorosa que acontece en la ficción. José le dice que se calme; que
esas cosas solo suceden en las películas. Como estableciendo un bache entre
realidad y ficción.
De
todos modos, el tampoco todavía comprende muy bien esa diferencia entre realidad y ficción; o en su defecto intenta no
comprenderla porque lastima. Aún cerca del final Agresti hace contar a José,
ante sus amigos del bar, que cuando él y Claudia tenían plata iban a los
recitales en Obras Sanitarias “…hasta que
un día a ella la pusieron en un bondi y a mí en otro”. Les dice que nunca
más la vio y que seguramente se fue con algún roquero.
“Quien
va a querer matarla. Tenía diecinueve años. Lo único que hacía era escribir….no
era muy linda pero me sabía escuchar...”. Casi como justificando lo
innecesario de su desaparición. José mezcla en su parlamento ficción con la realidad de lo
que él conoce; tal vez en ese punto, para
evitar las heridas de un pasado.
Jorge Jofre.( Fragmento de nota).
En Revista Conurbana. cult. 2018.