Un patio, una ferretería y calles solitarias le sirven a Leonardo Favio para desarrollar un expresivo relato pueblerino; un relato donde hasta la inacción parece constituirse en acción. En ese sentido, El dependiente, es un filme distinto.
Fernández entre el sueño y el amor.
Una
esquina y una ochava y sobre la puerta cerrada el cartel habla: Ferretería
Vila. Ahora las puertas se han abierto y la silenciosa escena nos muestra a un
Fernández con su canasta de dependiente; entrando la mercadería a la hora de
cierre del local. Es un Fernández niño que trabaja bajo las órdenes de un Vila
que según el relator parece haber sido viejo siempre.
Los
años transcurren, nos damos cuenta cuando ahora vemos a un Fernández ya adulto
que dialoga con su patrón sobre cuestiones de la comida del mediodía. A un
dependiente que tal vez ha soportado durante años los roncos e interminables monólogos
del anciano ferretero referidos fundamentalmente a intentos por justificar el
sentido de su vida. Tal vez confiado en una fugaz promesa de don Vila sobre el
hecho de que la ferretería y la vieja chata con la que hace los repartos por el
pueblo van a ser de él ya que en cierto modo es el único familiar , por decirlo
así, que tiene. Así es como en Fernández, los repartos, las sopas del mediodía
con su patrón o la tarea de acomodar mercadería en los estantes parecen
alimentar día a día la idea de un futuro suyo como ferretero del pueblo; como
propietario y no como dependiente.
Un
día al atardecer, mientras Fernández hace el reparto con la vieja chata de la
ferretería, ve a una delgada joven de cabellos negros, frente a dos puertas de chapa acanalada, al costado de
un templo espiritista. Entonces, le
sucede algo extraño: él cree que el amor lo ha acometido y decide después de
trabajar acercarse hasta esa casa. Ahora
ese dependiente de gris delantal abotonado se debate entre sus sueños de un
futuro distinto y la idea de estar enamorado. Sin duda alguna que es ese
conjunto del deseos lo que lleva a Fabio a elaborar con sutileza y una lentitud
que remeda lo pueblerino el resto de la historia.
El patio de los Plasini.
Ya
es noche cerrada cuando la joven, a instancias de su madre que le habla al
oído, lo invita a pasar al interior de la casa de los Plasini; de los
cuidadores del templo espiritista. Transponiendo la puerta de chapa acanalada
de la izquierda, Fernández, penetra siguiendo a la mujer en un espacio dominado
por la negrura de la noche. Pero repentinamente vislumbra el patio-galería
iluminado y con dos sillones que parecen aguardar a ambos.
Es
el comienzo de los encuentros nocturnos de Fernández con la señorita Plasini. Encuentros
los dos sentados siempre a la distancia como separados por un espacio que
parece negarles una mayor intimidad. Solo a veces las cabezas de ambos se
aproximan enfatizando aún más la brevedad del diálogo que acontece.
El
patio se convierte entonces en un escenario donde cada noche parece ser un
cuadro distinto de una representación con economía de acciones. Con un croar de
ranas y sonidos de grillos que refuerza diegéticamente cada uno de esos
cuadros. En ese escenario ficticio es donde Fernández se entera que el padre de
la señorita Plasini ha muerto; que con las dos mujeres vive Estanislao, un
hermano joven retrasado; que él se parece al fallecido progenitor de ambos
jóvenes. En el patio es también, donde las circunstancias, lo llevan a
Fernández a pedir a la madre la mano de su hija, la que luego en la calle
después de un breve diálogo de despedida irrumpe en llanto y corre hacia el
interior de la casa .
Si
bien esos diálogos de cada noche son breves no carecen de data en lo que hace
al relato. Van perfilando la idea de las ambiciones y los deseos de ambos
protagonistas. Fernández ansía cada vez mas ser el dueño del negocio y llevarse
a la mujer con él….” Vamos a vivir juntos
en la ferretería”. A lo que ella de pregunta... ¿Cuando? Y el entonces parcamente le responde aludiendo a la
situación de don Vila… ” Ya está muy enfermo pero hay que esperar”. Y
es tras este diálogo cuando el dependiente tiene un sueño. En el mismo una voz
lo llama. Sobre el cartel de la ferretería hay un Fernández casi niño que le
reclama a modo de su propia conciencia sobre cuanto más va esperar para cambiar
su situación.
Fernández
se despierta y profiere un intenso y profundo grito donde se hace eco en un
rincón la frustración. La misma frustración que días antes tuvo al ver cerrada
la ferretería y pensar que don Vila había muerto ; al imaginarse como nuevo
dueño junto a la señorita Plasini casi segundos antes de que el anciano
ferretero hiciera su sorpresiva aparición en la esquina del local. Sin tener
siquiera la sospecha previa de que el anciano pudiera retrasarse en la apertura
del negocio alguna vez. La desesperación unida al deseo largamente
atesorado obnubila ´por momentos la
mente del dependiente.
La muerte hace acto de presencia.
Fernández
encuentra la ferretería cerrada. Por su cabeza circula prontamente la idea de
la muerte del anciano. Golpea puertas y ventanas. Rompe un vidrio y se corta la
mano, entonces acomete con la puerta de dos hojas de la entrada. De su garganta
surge un grito pleno de angustia en el cual le pide a don Vila que le abra.
Enorme
contrariedad emocional lo embarga con seguridad por un lado ansía que haya
muerto su patrón para cumplir su sueño con la señorita Plasini, por otro ha
perdido en cierto modo a su referente de familia: en ningún momento del relato
se habla de que Fernández tenga algún pariente. La figura de don Vila adquiere
en esa circunstancia cierto viso de paternidad.
Mientras
el dependiente golpea, grita y llora entrecortadamente es cuando la cámara de
leonardo Favio incluye un paneo que muestra a la gente que se ha situado
rodeando al protagonista. Una escena que el propio director pensó muchas veces
en quitar , pero que está allí mostrando por primera vez a la gente de ese
pueblo. Solo una frase de alguien parece vincular a Fernández con los
pobladores, ese “ tiene sangre” unido a
la indicación de que debería atenderse; casi como tomando desde otro costado la
posible muerte del comerciante.
Lo
demás es sin duda un claro desenlace del suceso. La confirmación de la muerte
con Fernández agitando la cama metálica donde yace don Vila; el velatorio en
soledad a excepción de la compañía de los Plasini; el entierro donde solo se
dice amén al comenzar a echar la tierra. Y luego la escena del coche de la
funeraria donde la señorita Plasini le pide que la bese; donde se construye el
único y fugaz momento de pasión entre ambos.
Luego
Favio avanza en el tiempo y muestra a la pareja, ya dueña de la ferretería,
dispuesta a comer tal como en vida de don Vila. En la cabeza del antiguo dependiente, ahora ya
algo envejecido, resuena la idea del fracaso: Plasini ha reemplazado al antiguo
dueño en cierto modo y encima lo trata con enojo y abundando en órdenes. En la
plaza se ha presentado una banda, y es la hora del ritual del almuerzo en la
ferretería. La señorita Plasini le grita desde el sótano del local a su esposo
que cierre las puertas. Este no lo hace y habilita diegéticamente la
audibilidad de los sones de la banda que parece haber remplazado ahora al nocturno telón sonoro de ranas e insectos del
patio de los Plasini.
Entonces es cuando Fernández, baja al sótano,
y decide reemplazar en la sopa un poco mas de perejil por un imperceptible y
fulminante veneno. La cámara los muestra a ambos tomando ese caldo letal. Luego
recorre la ferretería transpone las puertas abiertas de par en par y muestra al
pueblo y a la banda. Lentamente asciende y se aleja hasta que todo se diluye en
la fuga de la calle que bordea un costado de la plaza. Se sigue escuchando a la
banda interpretar temas populares que hablan del amor perdido. Como evocando el
tema del fracaso y casi enmarcando la cuestión de una muerte que ahora ya
seguramente envuelve a la señorita Plasini y al señor Fernández.
Jorge
Jofre. abril 2018.
Publicado en Geofrius didaktikus. 25-4-19
Publicado en Geofrius didaktikus. 25-4-19