jueves, 14 de agosto de 2025

LEONIDAS GAMBARTES. Los personajes de una obra.

 

 


 

¿Cómo es posible pensar los personajes de Leónidas Gambartes? Para intentar responder a ello se nos hace necesario (por lo menos en esta ocasión) recurrir a la figura del escritor de policiales negros David Goodis (1917-1967). Como Gambartes, vivió solo aproximadamente medio siglo. Ambos convivieron con circunstancias que dificultaron no solo su hacer creador sino su propia existencia: el pintor problemas de visión y el escritor norteamericano la esquizofrenia de uno de sus hermanos y la suya propia (1).

David Goodis, describió en sus novelas, personajes que no pueden emerger de una marginalidad que los abruma, que intentan infructuosamente desprenderse de un pasado que los signa y agobia (2); son seres próximos a los silenciosos personajes de Gambartes. El escritor fue elogiado por la intelectualidad francesa a mediados de los ´ 60 fue porque su temática se relacionaba “con el clima del existencialismo, con el absurdo, la desesperanza, la falta de horizontes” (3). Acaso los hombres y mujeres de los márgenes rosarinos que inspiraron a Gambartes, no experimentaban en carne propia los efectos de una vida sin horizontes. Si esta idea fuera correcta, el pintor habría volcado en sus personajes (al igual que el novelista norteamericano) un clima de desesperanzas; solo que los del rosarino se aferran a la magia y a la superstición como tabla de salvación. Allí es cuando Gambartes, se interna en lo social al registrar cierto imaginario colectivo desarrollado por los ´ 50 y los ´ 60 en grupos humanos de gente marginada del contexto de una gran ciudad como Rosario; condenados por su origen a un futuro incierto y a una vida de privaciones. Son seres para los que el tiempo transcurre de otra manera distinta; tal vez alejado del vértigo moderno de las grandes urbes.

También los “payés” nos brindan indicios de un tiempo diferente. Cercanos, por cierto, a primitivos rituales de antiguas culturas guaraníes; alejados de toda creencia cristiana, aunque en algunas situaciones ostenten pequeños crucifijos. El pintor los diseña bajo arcaicos y abstractizantes parámetros, pero los coloca en un contexto plástico donde los mismos se acercan más a la idea de la representación estilizada de seres humanos que a la de que objetos “con competencias para curar males con una mezcla de rituales simbólicos y remedios naturales” (4).

De todos modos, los personajes que inspiran la pintura gambartiana, no solo están excluidos de la posibilidad de un futuro positivo, sino también de ciertas realidades políticas, sociales o culturales muy típicas fundamentalmente de los ´ 60. Son seres distanciados de la “vida moderna” que se amparan en ciertos valores cultuales de primitivo origen a modo de tabla de salvación. Debemos pensar básicamente los personajes de Gambartes: como hombres y mujeres al margen de los grandes lineamientos. Como protagonistas de la obra de un notable artista que supo perpetuarlos en el tiempo a través de su pintura y convertirlos en un claro intento de abordar cuestiones de la existencia.

 

 

1. González Toro, Alberto,” Apuntes de una vida muy negra”, Revista de Cultura “Ñ”, Buenos Aires,

2. Ibídem, p. 18

3. Ibídem, p. 19.

4. López Anaya, Jorge, Gambartes, Catálogo ArteBA 98, Génesis Galería de Arte, Buenos Aires, mayo 1998, p.21.Núm. 179, sábado 3 de marzo del 2007, p. 18.

 

En Cuatro apuntes para un estudio sobre Leónidas Gambartes. Revista Historia Regional, Villa Constitución, 2007.

Jorge Jofre 2025.

 

sábado, 24 de mayo de 2025

BREVE CIELO. Una fugaz utopía porteña.

 


“Breve Cielo” (David Kohon; 1969) es uno de los filmes que cierran el ciclo de los directores de la llamada “generación del ‘60. Es también - tras “Tiro de gracia” (Ricardo Becher; 1968) y “The Players versus Ángeles Caídos “(Alberto Fischerman; 1968)- una de las últimas producciones de un ciclo del cine argentino filmado en blanco y negro.





El cielo es breve.

En Breve cielo, David Kohon (1929-2004), retrata un pequeño momento de la vida de dos jóvenes que se conocen en Plaza Constitución.  Paco (Alberto Fernández de Rosa) es sobrino de un almacenero, que tiene su negocio en la ciudad de Buenos Aires. Delia (Ana María Picchio) es una joven criada en el conurbano entre marginalidad y pobreza que ha arribado a la gran urbe para dedicarse a la prostitución como forma de vida. Mientras se hamaca, la joven, confiesa que ha venido para prostituirse. Luego recorrerán Buenos Aires, se hace de noche y tras ellos aparecen las luces de neón de los carteles de propaganda. Arriban a un club de barrio en cuya puerta un cartel anuncia: hoy gran baile. Delia seduce a un control e ingresa sin el pase y gana en un sorteo un muñeco de juguete. Finalmente entran al antiguo almacén del tío de Paco que se ha ido de vacaciones: casi a escondidas por la puerta de la persiana metálica. El joven elabora una comida con una lata de sopa de tomate. En la misma cocina de la anticuada vivienda degustan el plato, luego traerá duraznos al almíbar a modo de postre.

 Las horas transcurren y tras registrar a los jóvenes besándose en la cocina, la cámara, enfoca un trozo de cielo que se hace visible   por sobre las paredes del antiguo edificio. Luego sobrevendrá ya avanzada la velada, el contacto sexual; los dos se abandonarán a él intentando salvar sus diferencias en lo que hace a experiencias anteriores. Solo en dos breves instantes la cámara parece distraerse del interior para mostrar en pequeñas secuencias un fragmento de cielo. El silencio impera-  Kohon brinda una sutil metáfora en fotogramas-  el cielo es breve al igual que el romance. Al fin del desayuno mañanero Delia sale al patio y les habla a unos pajaritos que se hallan en unas pequeñas jaulas. Se ven las paredes del lugar, pero no el espacio exterior, este ha aparecido solo abreviadamente durante la noche. Desde cierta perspectiva el almacén no solo sería el acotado escenario donde se desarrollan las escenas principales que definen la trama, manifiestan la plenitud del romance y preceden al desenlace. Sería también, una especie de isla, habitada únicamente por los dos jóvenes en la inmensidad de la ciudad porteña:  construida con utopías y solo dos breves momentos de cielo.

La utopía de un romance.

En Breve cielo Kohon, entreteje en el hilo del relato pequeñas escenas que hablan de laceraciones y desesperanzas. Como en la que Delia intenta cubrir sus fracasos tarareando la música de La felicidad sentada en plaza Congreso. Entrecortadamente le cuenta al joven como el padrastro ha abusado de ella; como su madre se ha mostrado como ciega ante la situación. O la que acontece cuando Paco descubre cicatrices de cortes en una de las muñecas de la joven. Solo más tarde en el almacén  le contará que se había querido suicidar; los daños epidérmicos denotan algo más profundo. Finalmente, ella se marcha y él ve cómo se aleja desde la puerta de la persiana del negocio; sin atreverse a seguirla y pedirle que se quede. La rabia y la impotencia por la situación es reflejada por la cámara cuando Paco arroja al suelo el osito que Delia le dejó de recuerdo para que se acordara de ella. Arrepentido el joven comienza a buscarla por la ciudad, pero ya es tarde, ella está por prostituirse con un soldado. El romance comienza y termina en la misma Plaza Constitución.

Antes de conocer a Delia, Paco se había encontrado con sus amigos en un bar y se había sentado con uno de ellos junto a una ventana. En el final, tras darse cuenta que ha perdido definitivamente a la joven, retorna al bar y se sitúa con el mismo amigo en la mesa de antes. Esta vez escasean las palabras y el rostro del joven se tiñe de una tristeza que la cámara parece trasladar al gesto lento con que bate el café dentro del pocillo. La fugaz utopía porteña ha concluido. La dictadura de Onganía, tras el golpe militar, se halla en la cúspide y parece afectar incluso a la posibilidad del amor entre jóvenes como Delia y Paco.

 

Jorge Jofre.

Publicado originalmente el 19-02-2017 en  Revista Conurbana.cult

En versión corregida en mayo 2025. Jorge Jofre 2025.